33 Pero un samaritano que iba de viaje se le acercó, y cuando lo vio, se llenó de compasión. 34 Entonces se acercó a él, y vendó sus heridas, y derramó aceite y vino sobre ellas; lo subió a su burro, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35 Y al día siguiente tomó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: Cuídalo, y cuando gastes más, te pagaré cuando regrese.
La reacción del samaritano fue bastante diferente. Independientemente del odio racial que los separaba profundamente, aunque era su enemigo, su incompatibilidad religiosa se transformó al instante, en conmiseración. El Evangelio recoge los maravillosos detalles de la parábola divina elaborada por Jesús para el doctor de la Ley: el samaritano se manifiesta como un héroe de la caridad desde el momento en que desciende de su montura, aplicando in loco todo el cuidado necesario en aquellos tiempos, llevando la víctima a una posada, hasta contrayendo una deuda con el posadero, para que brindara toda la atención al pobre judío. Se percibe, por el acuerdo propuesto y aceptado, ser él un mercader de confianza y muy estimado por el dueño de la posada.