Dios da para cada
época, los remedios más adecuados
El mundo moderno necesita ser evangelizado no menos que el antiguo. Pero a veces, podemos sentirnos en desventaja en comparación con el pasado, al ver el avance abrumador del mal y la falta de trabajadores para anunciar la Buena Nueva.
¿Dónde
están los nuevos apóstoles capaces de hacer milagros, como los de antaño, de
expulsar los espíritus impuros y de predicar la penitencia como ellos? Dios
siempre da para los males de cada época los remedios más adecuados. Cuando
Jesús convocó a los Doce, era más conveniente, por el bien de las almas, que
realizaran portentosos prodigios con el fin de probar la veracidad de la
admirable doctrina que predicaban.
¿Y
hoy? ¿Qué milagros necesita realizar quien se dedica al apostolado, para mover
las almas hacia la conversión? En nuestra época tan secularizada, tal vez los
milagros no produzcan el efecto que tuvieron en los tiempos apostólicos. Por
eso, el “milagro” que los auténticos evangelizadores deben hacer es el de
anunciar a Jesucristo mediante el testimonio de una vida santa; por lo tanto
practicando la virtud, aspirando a la santidad y despreciando las
solicitaciones y los mentirosos encantos del mundo. Este sí, es el milagro
capaz de sorprender a nuestro mundo secularizado, pues la práctica estable de
los Diez Mandamientos no es posible sólo con las fuerzas naturales de la
voluntad humana, como nos enseña el Magisterio Eclesiástico. Es preciso que la
gracia santificante divinice al hombre y lo haga actuar en búsqueda de la
perfección.
Este
es el portentoso milagro que podría sacudir la incredulidad o la indiferencia
de nuestros contemporáneos, como tantas veces nos han recordado los últimos Papas, y también enseñaba el Concilio
Vaticano II, refiriéndose al
apostolado laical: “Los laicos se
convierten en valientes heraldos de la Fe en aquellas realidades que esperamos
(cf. Hebreos 11,1) unir sin dudarlo, a una vida de Fe, profesión de la misma
fe. Este modo de evangelizar, proclamando el mensaje de Cristo con el
testimonio de la vida y con la palabra, adquiere un cierto carácter específico
y una particular eficacia por realizarse en las condiciones comunes de la vida
en el mundo”. [1]
Sigamos
las sapienciales recomendaciones del Concilio Vaticano II, siendo auténticos
heraldos de la Buena Nueva, como lo fueron los evangelizadores de los primeros
tiempos de la Iglesia, sobre todo, con la “predicación” de una vida intachable
y santa, según los admirables preceptos del Evangelio. Solo así una Nueva
Evangelización podrá superar la ola de secularismo que invade la sociedad
actual. ◊
[1]
Lumen Gentium, n. 35.
Fuente:
Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II,
Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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