La alegría por la gracia fraterna
“Mis caminos están encima de vuestros caminos y mis pensamientos encima de vuestros pensamientos, más está el Cielo encima de la tierra” (Is 55, 9), dice el Señor por los labios de Isaías en el trecho escogido para la primera lectura de este domingo. El lenguaje empleado por el profeta sugiere una idea de la inmensidad existente entre las cogitaciones divinas y las humanas; no obstante, la imagen es pobre, pues en realidad hay una distancia infinita.
Si no somos
alimentados con gracias místicas especiales, jamás alcanzaremos vivir a la
altura de nuestra condición de bautizados, o sea en una actitud de alma siempre
atenta al mundo sobrenatural. Se trata de un plano tan superior a nuestra
fragilidad que, atraídos por las cosas concretas, fácilmente volvemos la mirada
hacia abajo, resbalamos y caemos. Mantenernos siempre en ese estado de espíritu
elevado sin el auxilio de la gracia es tan imposible como alguien que intente
caminar el día entero como un bailarín, tocando el piso apenas con las puntas
de los pies.
Por lo tanto, nos
cabe combatir la tendencia de entregarnos a un ateísmo práctico por el cual
deseamos guiarnos solamente por aquello que nuestros sentidos y razón indican,
sin remontarnos a la Providencia. El resultado de tal desvío puede ser visto en
el mundo actual, una Babel de caos y mentira donde todo invita al pecado porque
evolucionó divorciada de Dios. En efecto, no fue por la acción de gracias
místicas que el hombre inventó el avión, la internet, los extraordinarios
equipos hospitalarios actuales y tantas otras maravillas de la técnica, sino
por la mera aplicación de su inteligencia. Con la finalidad de no dejarnos
impresionar por el delirio de las sensaciones proporcionadas por esta situación,
debemos recurrir a Aquel que “está cerca de la persona que lo invoca”, como nos
lo recuerda el Salmo Responsorial (cf. Sl 144, 18), con la seguridad que el
Señor se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Para ser oídos, nos basta
recogernos y dirigirnos a Él en nuestro tabernáculo interior.
Todos estamos
obligados a la práctica de la virtud, por el simple hecho de tener un alma
criada y redimida por Dios. A Él debemos devolverle lo que le pertenece,
cumpliendo los Mandamientos y evitando a cualquier precio el pecado. Sin
embargo, nos equivocaríamos si imaginásemos que el Cielo se obtiene
exclusivamente por el esfuerzo personal. Las realidades celestiales superan
tanto nuestra pura naturaleza que jamás alguien podría conquistar la
participación en la bienaventuranza eterna, si no fuese por clemencia del
Creador.
No olvidemos: en la
parábola, todos los operarios acuden al llamado del propietario y se entregan
al trabajo. Por esto, cada uno gana al final de la jornada una moneda de plata.
¡No obstante, cuántos hay en la Historia que se niegan a “trabajar en la viña”, o lo hacen de modo tan negligente que reciben como paga el castigo eterno!
Grabemos en el fondo
de nuestras almas la convicción de que, al término de este período de esfuerzo
iniciado cuando Dios nos convocó para su ejército, también pasaremos delante de
Él y obtendremos o no el premio celestial. Si anhelamos ser objeto de su
magnanimidad, vivamos con la mirada y el corazón fijados en las maravillas del
Reino de los Cielos, en Jesús y María Santísima, y amemos la bondad que ellos,
de manera desigual, manifiestan en relación a cada uno de sus hijos.
Quien se entristece o
se rebela al ver la dadivosidad de la Providencia derramarse sobre los otros
peca por envidia de la gracia fraterna. En la Liturgia de este domingo, Nuestro
Señor nos invita exactamente a lo opuesto de esto: a la alegría por la gracia
fraterna, al júbilo por la benevolencia divina concedida a nuestros hermanos. [1] ◊
[1] Cf. SAN LUIS
MARIA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge,
n.47. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p.512-513.
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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