En un episodio decisivo en el anuncio del Reino de Dios, los discípulos se dividieron entre aquellos que se escandalizaron con las palabras de Jesús y aquellos que, aún sin entenderlas, las aceptaron por un acto de fe.
[…] Jesús pone a
prueba a los Apóstoles
67 Entonces, Jesús les
dice a los doce: “¿Ustedes también se quieren ir?”
Hay un determinado
momento en la caminata hacia el Reino en que se hace necesario, de parte
nuestra, una adhesión consciente y explícita.
Jesús, con una delicadeza divina, coloca ante sus Apóstoles el problema. Él comprendía cuanto agrada al hombre el apoyo de sus amistades, pero por otro lado discernía, la firme decisión tomada previamente por ellos de seguirlo, lo que le permitía hacer esta pregunta para hacerles explícita la adhesión a su persona.
La respuesta de Pedro
68 Simón Pedro respondió:
“¿A quién seguiremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna.
Una vez más, San
Pedro toma la palabra para, interpretando el deseo de todos, responder al Divino
Maestro. Tertuliano afirmará más tarde: “Anima humana naturaliter christiana”. De
hecho, consciente o inconscientemente, cuando procuramos obtener bienes que nos
traerán la felicidad, es a Cristo a quien buscamos. Nadie, como Él, tiene
palabras de vida eterna. A este propósito comenta San Agustín que, de forma
implícita, Pedro pide a Jesús para concederles otro Él mismo, en la
eventualidad de separarse de ellos.
Un bello ejemplo para
nosotros, según San Juan Crisóstomo, si vemos nuestros hermanos abandonar la
fe. Aunque restemos pocos o quedemos solos, debemos permanecer en la plena
fidelidad, pues ¿quién o qué nos dará la felicidad sin Cristo?
69 Nosotros creemos
firmemente y reconocemos que tú eres el Santo de Dios”.
San Agustín destaca
que Pedro, primeramente manifiesta su creencia (“cree”), para luego decir que,
por causa de ella, entienda (“sabe”). Según el Obispo de Hipona, si fuese al
contrario, no conocería y ni creería (20).
Esta declaración de
Pedro es una síntesis de nuestra fe: “Jesucristo es el Hijo de Dios vivo” y,
evidentemente aceptando lo que Él enseña, se llega a la plenitud de esta
virtud.
V – La virtud de la
obediencia
Siendo Dios el Señor
de toda la Creación, los seres inteligentes –ángeles y hombres- tienen la
obligación de reconocer, amar y servir este señorío. Los inanimados así
proceden físicamente, y los irracionales, de forma instintiva. Él es Señor de
todas nuestras facultades y, sobre todo, de nuestro entendimiento y voluntad.
Por eso San Juan de la Cruz ha dicho que en el atardecer de esta vida seremos juzgados según el amor, porque estamos obligados a querer lo que Dios desea que queramos (21).
Monseñor Joao Clá Dias, EP |
Ahora bien, en el
orden del universo se incluye la voluntad del hombre que, libremente, debe
estar en armonía con la de Dios por la virtud de la obediencia (22). Esta
última no es una virtud superior a las teologales: Fe, Esperanza y Caridad. No
obstante, es un medio rápido para unirnos a Dios y ser agradecidísimos a Él. A
través de ella hacemos una entrega en sus adorables manos con más valor si
hiciésemos cualquier sacrificio (23): “Aquel que dice conocerlo y no guarda sus
mandamientos, es mentiroso (…) Pero quien guarda su palabra, en éste el amor de
Dios es verdaderamente perfecto. Ni sufrir el martirio, ni distribuir a los
pobres todos los bienes, tiene algún mérito, si no se ordenan al cumplimiento
de la voluntad divina” (24).
Allí está bien
enfocada la invitación a la práctica de la obediencia que se nos hace en la
Liturgia de este XXI Domingo del Tiempo Ordinario: en la primera Lectura, con
las palabras de Josué: "En cuanto a mí y mi familia, serviremos al
Señor" (Js 24, 15), obteniendo del pueblo la respuesta: "También
serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios" (24,18); también en la
epístola de Pablo: “Someteos unos a otros, en el temor de Cristo (…) Cristo
también es la cabeza de la Iglesia, su Cuerpo (…) como la Iglesia se somete a
Cristo (…) como Cristo también amó la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,
21-25); y sobre todo en el Evangelio, a propósito de la fe, causándonos perplejidad
aquella apostasía de “muchos discípulos”, que se negaron a creer y, en
consecuencia, a obedecer.
Excelente ocasión de
un examen de conciencia para quien vive en nuestra época, que debe preguntarse:
¿Cuál es el grado de fe y sumisión a Dios, a la Iglesia y al Evangelio, del
hombre de los tiempos actuales?
20) Biblia Comentada,
BAC, Madrid, 1964, v. II, p. 272.
21) Cfr. Suma Teológica II-II, q. 104 a.4 ad 3.
22) Id. a. 1 e 4.
23) Id. a. 3 ad 1.
24) Id. a. 3.
Fuente: Comentário ao Evangelho 21º domingo do Tempo Comum – Jo 6,60-69 – Ano B
[Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP es fundador de los
Heraldos del Evangelio]
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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