[…] II – Comentario al Evangelio
Este es el
fondo de cuadro del Evangelio de hoy, y por esto comienza con el firme consejo:
26 No tengan miedo de ellos
Jesús envía sus discípulos en misión y profetiza las persecuciones que por causa suya sufrirán, conforme lo relatan los versículos anteriores. Por esto les recomienda que confíen en sus consejos, como por ejemplo, que sean perseverantes y valientes en la predicación del Evangelio, pues serán amparados y protegidos por el Padre que está en los Cielos, sobre todo en lo relativo a la salvación eterna. Esta será la constante de los otros trechos.
27 Lo que les digo en la oscuridad, díganlo con toda claridad y lo
que le es dicho al oído, predíquenlo desde los tejados
Para entender
mejor este versículo, debemos reportarnos a las costumbres de la época. Los sábados,
día reservado al Señor, todos se reunían en la sinagoga para oír la Palabra de Dios.
Al contrario de lo que se imaginaría, el lector no apenas leía en voz baja,
como también no se dirigía a los asistentes, sino que hablaba a un
intermediario cercano, el cual por su parte, proclamaba en alta voz lo que oía.
Había otra
costumbre en las tardes de viernes. El ministro de la sinagoga subía al techo más
alto de una de las casas de la ciudad y tocaba fuertemente la trompeta,
advirtiendo a todos los trabajadores que era hora de retornar a sus hogares, pues
se aproximaba el reposo sabatino religioso.
El Divino Maestro
usó estas figuras de la vida común y corriente en aquellos tiempos para
ilustrar cual debía ser la disposición de alma de los discípulos, al ejercer el
ministerio de los heraldos del Evangelio. Y habiéndolas mencionado, Jesús
vuelve a incentivarlos en la confianza.
28 No teman los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma. Teman
a Aquel que puede lanzar el alma y el cuerpo en la Geena.
Los judíos
ortodoxos, contrariamente a los saduceos, creían en la inmortalidad del alma, y
por esto comenta San Juan Crisóstomo: “Observemos que (Jesús) no les promete
librarlos de la muerte, pero les aconseja no temerle, lo que es mucho más que
librarlos de la muerte, y les insinúa el dogma de la inmortalidad” [4]. A
continuación les presenta dos significativas metáforas, relacionadas con la Providencia
Divina.
29 ¿Por ventura no se venden dos pajaritos por un asse? Y, todavía,
ni uno solo de ellos caerá en el piso sin el permiso de su Padre.
El “asse” era
moneda menor usada por los romanos. Acuñada en bronce, valía la décima sexta
parte de un denario. Por lo tanto, además de no ser judaica, tenía un valor
real insignificante. Dos pajaritos valían tan poco que eran vendidos por ese
precio irrisorio, pero necesitaban del consentimiento del Padre para ser
muertos.
30 Hasta los propios cabellos de su cabeza están todos contados. 31
No teman pues. Ustedes valen más que muchos pajaritos.
El objetivo de
estas dos comparaciones hechas por Jesús es resaltar el gran cariño y cuidado
de la Providencia Divina para con sus criaturas. ¡Si los pajaritos y los
cabellos son tratados con este cuidado por Dios, cuánto más se preocupará Él en
proteger sus discípulos que están siendo enviados a predicar sobre el Reino!
No hay razón
para que teman las injusticias y persecuciones que les sobrevengan, conforme
exclama Jeremías en la primera lectura de este domingo: “El Señor está conmigo,
cual poderoso guerrero. Por esto, lejos de triunfar, serán aplastados mis
perseguidores. Su caída los sumergirá en la confusión. Será, entonces, la vergüenza
eterna, inolvidable” (Jer 20, 11).
A esta altura,
la Liturgia de hoy, concluye mencionando los dos versículos siguientes, a fin
de resaltar la importancia y el valor absoluto del Tribunal del Padre en relación
al de los hombres.
32 Por lo tanto,
cualquiera que me confiese ante los hombres, yo también lo confesaré ante mi
Padre que está en los Cielos. Sin embargo, quien me niegue ante los hombres, yo
también lo negaré ante mi Padre que está en los Cielos.
Son bien
conclusivas estas dos promesas de Nuestro Señor, en vista de la gloria futura o
del castigo. Realmente, vale la pena sufrir como San Pablo: “Muchas veces vi la
muerte de cerca. Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos
uno. Tres veces fui flagelado con varas. Una vez apedreado. Tres veces naufragué,
una noche y un día pasé en el abismo” (2 Cor 11, 24-25). Muchos otros riesgos y
dramas son narrados por él en esta Epístola. Y más adelante relata que él “fue arrebatado
al Paraíso y allí oyó palabras inefables, que no es lícito a un hombre repetir”
(2 Cor 12, 4).
III – Conclusión
En este
panorama futuro y eterno deben estar puestos nuestros ojos, y no en las
delicias fatuas y pasajeras de esta vida, aunque legítimas. Ni hablar del
pecado, porque él tendrá como consecuencia inmediata la frustración, y el fuego
del infierno después de la muerte.
Los dolores,
angustias y dramas por los cuales pasamos durante nuestra existencia terrena no
son nada en comparación con el premio de los justos, conforme garante San Pablo:
“Sé que los sufrimientos de la vida presente no tienen relación con la gloria
futura que se nos debe manifestar” (Rm 8, 18).
Nos resta
recordar el indispensable papel de María Santísima en nuestra salvación. Pues
así como Jesús vino a nosotros por María, y también por medio de Ella obtendremos
las gracias necesarias para que seamos otros Cristos y alcanzaremos la vida
eterna.
[4] “Hom. 35” —
in Mat.
Fuente: COMENTÁRIO AO EVANGELHO — XII DOMINGO DO TEMPO COMUM
(CLÁ DIAS EP, Mons. Joao In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. I, Librería Editrice Vaticana).
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