¿Hay vida sin sufrimiento?
El absurdo de
querer adaptar Dios a nuestra mentalidad.
Como los Apóstoles buscaron constantemente adaptar a su mentalidad anterior las extraordinarias revelaciones hechas por Nuestro Señor, permanecieron con una visión distorsionada de la Buena Nueva hasta el día del descenso del Paráclito al Cenáculo. Allí, el mismo Espíritu Santo asumió las virtudes que habían sido infundidas en sus almas, e hizo que los dones, pasivos como un candelabro apagado, se iluminaran con todas las energías posibles. Sólo mediante la acción de estos dones las virtudes infundidas pueden alcanzar su pleno y perfecto desarrollo. [1]
Así
podemos evaluar el alcance inconmensurable, para la vida de la Iglesia, de la
acción del Espíritu Santo, a quien San Cirilo de Jerusalén llama “el guardián y
santificador de la Iglesia, el director de las almas, el piloto de los barcos
bajo la tempestad, Aquel que ilumina a los equivocados, premia a los
combatientes y corona a los vencedores ”. [2]
Después
de todo, con el derramamiento de las gracias de Pentecostés, esta visión humana
de Nuestro Señor murió en las almas de los Apóstoles. Pero, bajo diferentes
formas, continúa a lo largo de la Historia e incluso es posible que se
encuentren huellas de ella en nuestra alma, como un gusano que nos devora por
dentro, moviéndonos a actuar en todo por egoísmo, por puro interés personal,
considerando la Religión en una perspectiva social y política.
Necesidad del
sufrimiento para alcanzar la gloria
Analizando
la liturgia de este domingo, vemos que para los buenos, el verdadero y único
triunfo se encuentra en el amor a la cruz y en la aceptación del sufrimiento.
Nos enseña San Pablo en la segunda lectura: tenemos un Sumo Sacerdote eterno,
"probado en todo", que intercede por nosotros y del cual, por lo tanto,
debemos aproximarnos con toda fe y confianza (cf. lIb 4, 14-16).
No
es fácil esta vía indicada por Nuestro Señor, pero recordemos el famoso verso
de Corneille: "La vaincre sans
péril, on triomphe sans gloire". [3] Cuando se vence sin pasar por
peligros y riesgos, no hay gloria. "A nadie se conoce antes de ser
probado, ni puede ser coronado sin vencer, ni puede vencer sin haber combatido,
ni le es posible luchar si no tiene enemigo y tentaciones". [4] Ahora
bien, esta victoria está reservada solamente para las almas unidas a Dios, que
ponen su confianza en Él y logran así afrontar todos los riesgos.
Por
nuestra naturaleza, por nuestro optimismo ante la vida y horror al sufrimiento,
tenemos la ilusión de que triunfar significa nunca sufrir ni pasar por
desventura alguna. No es lo que nos muestra la dura existencia terrena. Por
eso, afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: "La vida de la Iglesia y
la vida espiritual de cada fiel es una lucha incesante. Dios da a veces a su
Esposa días de una grandeza espléndida, visible, palpable. Él da a las almas
momentos de consuelo interior o exterior admirables. Pero la verdadera gloria
de la Iglesia y del fiel resulta del sufrimiento y de la lucha. Lucha árida,
sin belleza sensible, ni poesía definible. Lucha en que se avanza a veces en la
noche del anonimato, en el lodo del desinterés o de la incomprensión, bajo las
tempestades y el bombardeo desencadenado por las fuerzas conjugadas del
demonio, del mundo y de la carne. Pero lucha que llena de admiración a los
Ángeles del Cielo y atrae las bendiciones de Dios". [5] ◊
[1] Cf. ROYO MARÍN, GP, Antonio. Somos hijos
de Dios. Madrid: BAC, 1977, p.34-37.
[2] SÃO CIRILO DE JERUSALÉM. Catechesis ad illuminandos, 17,13. In:
Catequesis. Madrid: Ciudad Nueva, 2006, p.400-401.
[3] CORNEILLE. Le Cid, Acte II, Scène IL In:
OEuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1963, p.226.
[4] SAN AGUSTÍN. Enarratio in psalmum 60,3. In: Comentario a los Salmos (51-l 00).
São Paulo: Paulus, 1997, v.11, p.225.
Fuente:
Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II,
Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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