¿Vivimos
injertados en Cristo o en el mundo? ¿Dónde encontraremos paz de alma y cómo
podremos cumplir la finalidad sobrenatural para la cual hemos sido creados?
[…] La
adhesión al Señor acarrea lucha
En este contexto se comprende mejor la advertencia del Divino Maestro, mencionada anteriormente: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada” (Mt 10, 34). Si pertenecemos al mundo, no causamos extrañeza en los círculos sociales y somos aceptados con naturalidad. Sin embargo, a partir del momento en que cambiamos de conducta y adecuamos la vida a la Ley de Dios, pasamos de la paz a la espada. Se rompe esa conexión con nuestro ambiente y nos convertimos en una piedra de escándalo, a semejanza del Divino Maestro (cf. Lc 2, 34), porque la observancia de las reglas de la moral constituye un “non licet tibi —no te es lícito” (Mt 14, 4), que suscita problemas de conciencia en los pecadores y provoca indignación. Por eso, los buenos no son tolerados y son perseguidos, muchas veces, incluso por los más cercanos.