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jueves, 29 de diciembre de 2022

Comentario al Evangelio de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios (Ciclo A) por Mons. João Clá Dias, EP

O se acepta a Jesús y María o se rechaza a ambos

En el primer día del año nuevo, el calendario de los santos se abre con la fiesta de María Santísima, en el misterio de su maternidad divina.

Elección acertada, porque de hecho Ella es «la Virgen madre, Hija de su Hijo, humilde y más sublime que toda criatura, objetivo fijado por un eterno designio de amor». Ella tiene el derecho de llamarlo «Hijo», y Él, Dios omnipotente, la llama, con toda verdad, ¡Madre!

Fue la primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia occidental.

Sustituyó la costumbre pagana de las dádivas y comenzó a ser celebrada en Roma, en el siglo IV. Antes de 1931 se conmemoraba el día 11 de octubre, pero con la última revisión del calendario religioso pasó a la fecha actual, la misma donde antes se conmemoraba la circuncisión de Jesús, ocho días después de haber nacido.

En un cierto sentido, todo el año litúrgico sigue las huellas de esta maternidad, comenzando por la solemnidad de la Anunciación, nueve meses antes de la Natividad.

María concibió por obra del Espíritu Santo. Como todas las madres, trajo en el propio seno a aquel que solo ella sabía que se trataba del Hijo unigénito de Dios, que nació en la noche de Belén.

Ella asumió para sí la misión confiada por Dios. Sabiendo, por conocer las profecías, que tendría también su propio calvario, como madre de aquel que sería sacrificado en nombre de la salvación de la Humanidad. Dios que se hizo carne por medio de María.

Ella es el punto de unión entre el Cielo y la Tierra. Contribuyó para la obtención de la plenitud de los tiempos. Sin María, el Evangelio sería apenas ideología, solamente «racionalismo espiritualista», como registran algunos autores.

El propio Jesús a través del apóstol San Lucas (6,43) nos aclara: «Un árbol bueno no da frutos malos, un árbol malo no da buen fruto». Por tanto, por el fruto se conoce el árbol.

Santa Isabel, cuando recibió la visita de María ya cubierta por el Espíritu Santo, exclamó: «Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.» (Lc 1,42).

El fruto del vientre de María es el Hijo de Dios Altísimo, Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Quien acepta a Jesús, fruto de María, acepta el árbol que es María. María es de Jesús y Jesús es de María. O se acepta a Jesús y María o se rechaza a ambos.

Por tomar esta verdad como dogma es que la Iglesia reverencia, en el primer día del año, a la Madre de Jesús.

Que la contemplación de este misterio ejerza en nosotros la confianza inamovible en la Misericordia de Dios, para llevarnos al camino recto, con la certeza de su auxilio, para abandonar los apegos y vanidades del mundo, y asimilar la vida de Jesucristo, que nos conduce a la Vida Eterna.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.

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