Una
sordera peor que la sordera física.
El milagro de la cura del sordomudo nos alerta contra la peligrosa perspectiva de una sordera mucho peor que la física: el cierre de nuestras almas a la voz de Dios. […]
El
remedio: aproximarnos a Él
A
esta altura nos preguntamos: “¿Cuál es el remedio para eso?” Lo encontramos en
el Evangelio de este domingo 8 de septiembre: el sordomudo es presentado a
Jesús, pues sólo el poder de Dios es capaz de sanar a quien llega al estado de
sordera y de mutismo espiritual. Por tanto, no se trata de huir de Él, sino de
buscarlo. A aquel, Nuestro Señor lo llevó aparte. Detalle simbólico, porque en
medio del tumulto del mundo, de las atracciones de la sensibilidad y de las
ilusiones del demonio, es imposible para un sordo darse cuenta de su situación
espiritual. Por eso, es necesario sacarlo de ocupaciones moralmente peligrosas,
apartarlo de las malas relaciones, llevarlo a desprenderse de todo lo que lo
aleja de Dios. Es decir, la primera condición para la curación es unirse a Dios
y apartarse del mundo.
Para
perseverar frente la decadencia moral de la sociedad contemporánea, es
indispensable no abandonar nunca la mano extendida de Cristo y pedir que el
dedo divino, símbolo de su poder, sea puesto en nuestros oídos. Además, pidamos
una infusión de la sabiduría de Nuestro Señor, representada por su saliva,
porque sin ella sería inútil recuperar la audición y el habla.
Jesús
nos toca, a través de los Sacramentos. ¡Si Él curó con la saliva, imaginemos
cual no será el efecto de la Eucaristía –que es Él en substancia-, si la
recibimos con fe y apertura de alma!
¡Recuperada la
voz, hablemos de Él para todos!
Finalmente,
no nos olvidemos que Él, “mirando hacia el Cielo, suspiró”. Es la manifestación
de su deseo de que tengamos nuestros ojos continuamente elevados. ¡Sólo así –a
la orden de Él, “¡Efetá!”- es que los oídos se abren y la lengua se suelta para
comenzar a hablar sin dificultad! Como aquellos que presenciaron el portentoso
milagro del Evangelio, debemos salir difundiendo sus maravillas para poner al
mundo entero al tanto de la misericordia usada para con nosotros, como la mejor
manera de reparar nuestras faltas y ser agradecidos con Aquel que nos sanó.
Sobre todo, nunca guardemos en el fondo del alma lazos con la fuente de
nuestras maldades y con ocasiones que nos llevan a pecar.
Que
la Santísima Virgen nos obtenga la gracia de no caer nunca en el terrible
defecto de guardar silencio sobre las cosas de la Fe, y aun cuando tengamos que
ocuparnos de asuntos secundarios de nuestras obligaciones, hagámoslo siempre
con deseos de pronto volver a horizontes más elevados y sublimes. ◊
Fuente:
Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II,
Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación
citando la fuente.
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