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viernes, 22 de julio de 2022

¡El poder de la oración insistente! (Domingo XVII – Ciclo C) por Mons. João Clá Dias, EP

Con insuperable belleza literaria, en este domingo, Jesús no sólo nos enseña a rezar bien, sino también nos indica los medios de hacer infalible nuestra oración, alentándonos a tener una confianza sin límites en sus palabras divinas.

Ejemplo insuperable de oración 

Jesús fue para nosotros un ejemplo insuperable de la realización de su propio consejo: Oportet semper orare et non deficere - "Importante es orar siempre y no dejar de hacerlo” (Lc 18, 1). Es necesario rezar así como se respira, y por lo tanto, no perder en ningún momento el aliento y el ánimo. La oración unida a la de Jesús y hecha por su intercesión, es infalible: “En verdad os digo que, si pides a mi Padre algo en mi nombre, Él os lo dará” (Jn 16, 23).

Siendo así, ¿nuestra oración puede ser hecha siempre de modo incondicional? No, los bienes temporales, en la medida de su utilidad para nuestra salvación, deben ser pedidos según la voluntad de Dios. Nuestro Señor Jesucristo también nos dio un ejemplo, en ese sentido, al rogar: “¡Mi Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz! Todavía no se haga como yo quiero, pero sí como tú quieres” (Mt 26, 39).

Él había anunciado su propia muerte varias veces incluyendo el modo de suplicio por el cual pasaría, y claramente sabía también que su pedido no sería atendido. Sin embargo, de antemano, Él había expresado ese anhelo para dejarnos claro cuánto era legítimo exteriorizar nuestro dolor, manifestando el deseo de que termine, pero siempre obedeciendo la voluntad de Dios.

La oración infalible de Jesús sacerdote

¿Habrá oraciones que deben ser incondicionales? Sí, las gracias claramente necesarias para nuestra salvación no pueden ser pedidas de manera condicional.

Nuestro Señor también nos dio un ejemplo en cuanto a la forma de rezar. Y aquí, sus oraciones pronunciadas de una manera absoluta nunca dejaron de ser respondidas, según Santo Tomás de Aquino (1).

Por ejemplo, al rezar por Pedro: “Pero yo rogué por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32). Fue por los frutos de esta oración de Jesús que Pedro perseveró, se santificó y llegó a su bellísimo martirio. Y ciertamente será por esta misma causa que el sucesor de Pedro confirma en la fe a todos los fieles.

Antes de resucitar a Lázaro, “levantando los ojos al Cielo, dijo: Padre, te doy gracias por haberme oído. Yo bien sé que me oyes siempre…” (Juan 11, 41-42).  Aquí hay una pequeña muestra del poder inquebrantable de la oración de Jesús. Y alegrémonos de que Santo Tomás de Aquino nos enseña acerca de este episodio: “Como la oración por los otros proviene de la caridad, cuanto más perfecta es la caridad de los santos que están en la Patria, más rezan por nosotros, para ayudarnos en nuestro viaje; y cuanto más están unidos a Dios, más eficaz es su oración… Por esto se dice de Cristo: el que resucitó… es quien intercede por nosotros” (2).

Jesús es eternamente Sacerdote, y la principal función del ministerio sacerdotal es la de interceder junto a Dios por el pueblo confiado a él; y así como en el Cielo, los santos, los ángeles y la propia Santísima Virgen piden a Dios la aplicación de los méritos de la Pasión de Jesús a las almas, de la misma forma Él también continúa rezando por nosotros. Jesús en cuerpo y alma salva “perpetuamente los que por Él se aproximan de Dios” (Hb 7, 25).  ¡Qué gran esperanza y consuelo para nosotros! […]

IV - Conclusión

La liturgia de este domingo [XVII Domingo del Tiempo Común] condensa en pocos versículos un verdadero tratado de la oración. Debemos rezar siempre. Si Dios nos responde de inmediato, con alegría le agradecemos, aprovechando su infinita paternidad, sometiéndonos a la prueba de la demora, jamás debemos desanimarnos, porque el viajero obtuvo sin demora y dificultad la comida y el alojamiento que necesitaba, debido a la amistad de su anfitrión y él, por su pertinente insistencia, obtuvo los panes indispensables para atender a su huésped.

De todos modos, ambos estarían mejor servidos si hubieran podido recurrir a María, Madre de la Misericordia, Mediadora de todas las gracias.

(1) Suma Teológica III, q. 21, a. 4.

(2) Suma Teológica II-II, q.83, a. 11 4) in Cat. Graec. Patr., apud Catena Áurea, in Lc XI, 1-4.

Fuente: CLÁ DIAS EP, Monseñor João Scognamiglio in: “Lo inédito sobre los Evangelios”, Vol. III Edítrice Vaticana.

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