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jueves, 7 de julio de 2022

Misericordia del samaritano (Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C) por Mons. João Clá Dias, EP

 33 Pero un samaritano que iba de viaje se le acercó, y cuando lo vio, se llenó de compasión. 34 Entonces se acercó a él, y vendó sus heridas, y derramó aceite y vino sobre ellas; lo subió a su burro, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35 Y al día siguiente tomó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: Cuídalo, y cuando gastes más, te pagaré cuando regrese.

La reacción del samaritano fue bastante diferente. Independientemente del odio racial que los separaba profundamente, aunque era su enemigo, su incompatibilidad religiosa se transformó al instante, en conmiseración. El Evangelio recoge los maravillosos detalles de la parábola divina elaborada por Jesús para el doctor de la Ley: el samaritano se manifiesta como un héroe de la caridad desde el momento en que desciende de su montura, aplicando in loco todo el cuidado necesario en aquellos tiempos, llevando la víctima a una posada, hasta contrayendo una deuda con el posadero, para que brindara toda la atención al pobre judío. Se percibe, por el acuerdo propuesto y aceptado, ser él un mercader de confianza y muy estimado por el dueño de la posada.

36 ¿Cuál de estos tres te parece que fue el más próximo de aquel que cayó en las manos de los ladrones? 37 Él respondió: “El que usó la misericordia con él”. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tu lo mismo”.

Una vez más, Jesús responde al doctor de la Ley con otra pregunta, que pareciera a primera vista dispuesto a desviarse un poco de la sustancia del tema propuesto por el consultor. Este aparente desvío de la cuestión, intencionalmente llevado a cabo por el Divino Maestro, es una quimera que atrae la atención de la mayoría de los comentaristas, dándoles ocasión para levantar las más variadas hipótesis. Destacamos aquí la más sabia y lúcida de ellas:

“A mi entender, Cristo pretende demostrar de modo general que todo hombre es nuestro prójimo; pero lo hace de modo adaptado a aquel doctor con quien estaba tratando Pensaba éste que solo los justos, o solo los amigos, o al menos solo los judíos, eran los prójimos. Y de las propias palabras de la Ley tuvo ocasión de errar, porque en hebraico prójimo significa lo mismo que amigo o compañero. Quiso, pues, Cristo sacarlo de ese error y obligarlo a reconocer y confesar que prójimo no era solo el judío, sino también el samaritano para el judío, esto es, el enemigo para el enemigo. Y si el propio enemigo era prójimo para el enemigo, todo hombre se debe considerar prójimo en relación al otro. Demostró esto con la mejor y más eficaz argumentación, o sea, por el efecto, haciendo ver que el enemigo había sido prójimo para el enemigo, esto es, el samaritano para el judío, pues hizo lo que es característico del prójimo, que es ayudar. Por eso Cristo propuso la parábola con el ejemplo de un samaritano” (1).

En el mismo sentido, opina un conocido comentarista moderno:

“La pregunta de Cristo fue hecha con intención especial. Le preguntó al doctor de la Ley quién era el “prójimo” para él. Y Cristo [por su parte], preguntó: ¿Quién actuó como ‘prójimo’? De este modo, con un ejemplo práctico, hizo ver que cada hombre es ‘prójimo’ para todos los hombres. Motivo por el cual debe estar ‘próximo’ a él en todas sus necesidades.

Es la paradoja oriental la que sirve como máxima pedagogía. Tal fue la lección magistral de Cristo"(2).

Tiene toda la razón Maldonado al expresar este análisis, pues esto no era explícito para un judío el concepto de próximo, por varias razones. Por su historia y por su ley, antes que nada. Siempre que los judíos se mezclaban con otros pueblos, terminaban cayendo en la idolatría. Por otra parte, basta considerar cuánto la Tierra Prometida se localizaba entre mar, desiertos y montañas, separando al pueblo judío, geográficamente, de los demás. Por lo tanto, el significado de "cerca" era muy restrictivo para ellos. Y entre ellos se creían hermanos, pero con otros vivían en una antipatía instintiva, que no pocas veces eran llevados al odio.

Por encima de estas circunstancias, el pueblo judío poseía una misión universal. Le había sido confiado el tesoro espiritual del cual debería ser alimentada toda la humanidad.

Así se explica esta bellísima parábola compuesta por el Divino Maestro, que huye un tanto de la morfología de las otras, en las cuales el simbolismo se expande por todos los sustantivos y adjetivos. Ella constituye un ejemplo efectivo y afectivo del amor a Dios, sin el cual no existe Religión, y de amor al prójimo, sin el cual no hay amor a Dios.

Quien dice amar a Dios, pero no ama su prójimo, además de mentir, desobedece a la Ley divina y se olvida de su Preciosísima Sangre derramada en el Calvario.

Este amor debe ser universal y no podemos apoyarnos en pretextos, aparentemente legítimos, para no practicarlo, como lo hicieron el sacerdote y el levita de la parábola. Ellos estaban encargados de misiones buenas y de ellas retornaban para sus casas, sin embargo, procedieron mal con el necesitado.

No pocos autores aplican la parábola al propio Jesús, con mucha piedad. No será de mal gusto que hagamos una aplicación a nosotros, preguntándonos cuáles han sido, en general, nuestras actitudes y reacciones ante los más necesitados de cualquier especie.

(1) Pe. Juan de Maldonado SJ, Comentarios a los Cuatro Evangelios, BAC, Madrid, 1951, pág. 548.

(2) Pe. Manuel de Tuya OP, Biblia Comentada, BAC, 1964, p. 839.

Fuente: CLÁ DIAS EP, Monseñor João Scognamiglio in “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería Editrice Vaticana.

Se autoriza su publicación citando la fuente.

Ilustración: El buen samaritano, iglesia de San Patricio, Nueva Orleáns.

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