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domingo, 21 de abril de 2024

Comentario al Evangelio – IV Domingo de Pascua (Ciclo B) por Mons. João S. Clá Dias, EP

 
Un solo rebaño y un solo Pastor

Por los antecedentes y por todo el contexto en el cual ocurre, la presente parábola nos lleva a comprender la divina excelencia del Buen Pastor. Jesús no sólo conoce sino que efectivamente ama a sus ovejas desde toda la eternidad. Él las creó, una a una, y las redimió con su propia sangre, elevándolas a participar de su vida. Además, se dejó a sí mismo como alimento en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos. Su trato para con el rebaño alcanza extremos inimaginables incluso para el más perfecto de los ángeles.

Por la fe y en virtud de la gracia, sus ovejas, por reciprocidad, lo conocen, en Él esperan y lo aman fervientemente. Así, el Buen Pastor y las ovejas se relacionan de manera semejante a la convivencia existente entre las tres personas de la Santísima Trinidad, en un solo Dios. Esta es la principal razón de su deseo-profecía: “Habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10, 16).

A través de la entrega de su propia vida, sobre la cual Él tiene un poder absoluto, obtendrá Jesús una unidad entre Pastor y redil.

También nosotros debemos ser pastores…

Dios dispuso que las figuras del cordero, del rebaño y del pastor facilitasen al hombre la comprensión de la necesidad del apostolado. En su sustancia simbólica, ellas refuerzan principios enunciados a lo largo de la Sagrada Escritura: “E impuso a cada uno deberes para con el prójimo” (Ecli 17, 12).

En relación a Jesús, somos corderos; es nuestra obligación moral y religiosa reconocerle la voz y seguirle los pasos. Pero muchas veces también somos llamados a representar el papel de pastores para con nuestros hermanos, deber de caridad, como nos enseña San Pedro: “Cada uno, según lo que recibió, comuníquelo a los otros, como buenos dispensadores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4, 10). Si no hacemos esto, seremos juzgados como el siervo perezoso y malvado en la parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30).

El pasaje del Evangelio que acabamos de analizar constituye un llamado urgente para la participación efectiva, dedicada y entusiasta de todos los fieles en las tareas de apostolado. La obligación de evangelizar no es exclusiva de los religiosos, sino también de todo bautizado. Por este sacramento, cada uno de nosotros es incorporado a una sociedad espiritual –la Santa Iglesia Católica- regida por la Comunión de los Santos, recibiendo una vocación general de apostolado y una misión individual de expandir el Reino de Cristo. Más particularmente, las asociaciones y movimientos católicos están involucrados en esta misión.

Para la realización de esta actividad, el campo de trabajo más apropiado es la parroquia. En otros términos, nada más loable y eficiente que contribuir para la revitalización de nuestras parroquias, esforzándonos por incluir en ese ámbito todos aquellos que estén a nuestro alcance.

Recurramos a la Madre del Buen Pastor

“María es la estrella en la nueva evangelización”, nos recuerda el papa san Juan Pablo II. Quien quiera tener éxito en este sublime emprendimiento de atraer a sus semejantes para el redil de Jesucristo, no puede dejar de colocar sus trabajos y su propia persona bajo la protección y la orientación de la Madre del Buen Pastor.

En las catacumbas de Santa Priscila, en Roma, se puede ver bien conservada, una pintura que representa a Nuestro Señor como el Buen Pastor. Significativamente, Él carga en los hombros la oveja perdida y camina en dirección de su Madre, en cuyas manos va a entregarla.

Pidamos a ese Corazón Maternal e Inmaculado que nos conduzca al Buen Pastor, y podamos cumplir con santidad nuestros deberes de apostolado para con nuestros hermanos.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editríce Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.
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