¿Cómo será la gloria del Cielo?
Hemos sido creados para la bienaventuranza, pero ¿cómo será ésta? En la Transfiguración, el divino Maestro levanta el velo de la eternidad que nos aguarda si le somos fieles hasta el final.
Jesús se transfiguró para cada uno
de nosotros
Todas esas consideraciones
sobre la alegría del Cielo nos hacen comprender mejor el significado del Tabor.
Cuando Jesús se transfigura ante los apóstoles, también lo hace delante de cada
uno de nosotros, porque la liturgia permite beneficiarnos hoy de la efusión de
gracias que hubo en aquel acontecimiento, hace dos mil años. Participamos de la
misma admiración de San Pedro, de San Juan y de Santiago. Y a distancia
entendemos —quizá todavía mejor que los apóstoles en ese momento— el mensaje
que el divino Maestro quiere transmitir para nuestro bien.
Cuando el cristiano sigue con
fidelidad los pasos de Jesús, tiene en su vida espiritual momentos de Tabor, en
los que ve con particular claridad el resplandor del Señor. Es la hora de la
Transfiguración. Podrá ser en una celebración litúrgica, al recibir la
Eucaristía, durante una confesión, cuando hace una oración marcadamente
fervorosa o incluso en una circunstancia inesperada de su día a día. El que
elije la ocasión para favorecer al alma con gracias místicas es el Espíritu
Santo. El recuerdo de esas inefables consolaciones debe ser guardada en la
memoria con cuidado, como el que pega en un álbum las fotos de los mejores
episodios de su vida, para revivir más tarde la felicidad de aquellos instantes
únicos.
También, en sentido contrario,
el buen cristiano tiene a lo largo de la caminata terrena sus viernes santos.
Es entonces cuando más se asemeja al Salvador. Serán simples dificultades,
podrá ser una persona enferma, problemas familiares, reveses financieros,
dramas, desilusiones, decepciones o tragedias que nunca faltan… Parece, pues,
que hemos sido abandonados por Dios, que no escucha nuestras plegarias, nuestro
grito de angustia, y somos tentados contra la fe, vacilamos, dudamos. Da la
impresión de que Jesús está distante. Pero no es así. Está más cerca de
nosotros, por mucho que no sintamos su presencia a nuestro lado. Por lo tanto,
debemos hacer un pequeño esfuerzo, que no cansa ni da trabajo, de rememorar
nuestros momentos de transfiguración en los que percibimos su auxilio con más
intensidad, su amor de Padre y su solicitud de Pastor en relación con nosotros.
Ese sencillo recuerdo nos fortalecerá en la fe, podrá reavivar las
consolaciones con las que hemos sido favorecidos en el pasado y nos ayudará a atravesar
los períodos de aridez o las pruebas y tribulaciones de la existencia. La
esperanza del premio eterno es un valioso aliento para soportar con resignación
cristiana la cruz de todos los días, de la misma forma que los tres apóstoles
tuvieron más ánimo durante la Pasión por haber sido testigos de la
Transfiguración, y San Juan pudo estar al pie de la cruz, en el Calvario, junto
con María Santísima y las Santas Mujeres. Sepamos darle valor a esos destellos
de Tabor, porque son la clave de nuestra vida espiritual, el fundamento de
nuestra perseverancia. ◊
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
Ilustración: «La Transfiguración de Jesús», por Fra Angélico - Museo de San Marcos, Florencia
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