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jueves, 17 de diciembre de 2020

Comentario al Evangelio – IV Domingo de Adviento, Ciclo B (domingo 20 de diciembre) por Monseñor João Clá Dias, EP


 […] III – ¡Y el Templo se hizo carne!

En el momento de la aceptación, cuando María pronuncia su “¡Fiat!”, se concluye de forma maravillosa y superabundante, como no se podía imaginar, la promesa de Dios a David, basada en una Alianza indisoluble, y la realeza se hace eterna, ¡el Padre concede a la humanidad el Templo por excelencia! Es así como Dios trata a aquellos que son sus verdaderos amigos, hijos y siervos; que premia los que, teniendo noción clara de su dependencia en relación a Él, le entregan todo lo que es suyo: siempre les otorga mucho más de lo que ellos le ofrecieron.

El rey David creía dar el máximo a Dios dedicándole un templo; pero el Señor quería que él le ofreciese su linaje, porque Él mismo, Dios, ya le preparaba una posteridad especialísima. Y al confiarla al Señor, David mereció ser antepasado del Salvador, o sea del propio Dios.

María Santísima aspiraba a ser esclava de la Madre del Mesías; Dios, sin embargo, mandó un ángel para invitarla a una esclavitud mucho mayor… ¡la esclavitud a Él! Nuestra Señora comprendió en el primer instante, al recibir el anuncio del ángel, que aquel Hijo, aunque fuese de Ella, debería ser totalmente restituido a Dios, porque Él era el Hijo de Dios y, siendo Ella también de Dios, el Hijo pertenecía mucho más a Él que a Ella… Y, por lo tanto, Ella tenía que acompañarlo en todo, en pleno acuerdo con la voluntad del Padre sobre el destino de este Hijo… Le fue revelado también que Él sufriría la terrible muerte de cruz. ¡Y María lo consintió todo por amor a Dios, sabiendo que Él quería, de este modo, redimir el género humano!

La estabilidad está en la santidad

Entonces precisamos ser nosotros, que salimos de Dios que tenemos volver a Él. Si buscamos la estabilidad, es sobre todo porque somos creados para servir, alabar y reverenciar a Dios, y mediante esto salvar nuestra alma, con el fin de vivir con Él y contemplarlo cara a cara por toda la eternidad.

En la Liturgia de este domingo Dios nos llama a la santidad y quiere de nosotros un fiat, como el de la Santísima Virgen, una entrega radical, llena de fuego y entusiasmo: “¡Hágase en mí según tu palabra!” Sólo en la correspondencia a la gracia y en la fidelidad a la fe, o sea, siendo santos, obtendremos la estabilidad y cada uno de nosotros será “templo de Dios” (I Cor 3, 16), siempre bello y en orden, como Nuestro Señor Jesucristo hombre es soberanamente el Templo de Dios.

Extractos del original en portugués: Comentários ao Evangelho IV Domingo do Advento - Ano B

Se autoriza su publicación citando la fuente.

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