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jueves, 8 de octubre de 2020

Comentarios al Evangelio – XXVIII Domingo T.O. (domingo 11 de octubre) por Mons. Joao S. Clá Dias, EP


[…] III – Esperanza en el Reino de María

El llamamiento hecho por Jesús en esta rica parábola continúa retumbando hoy en las encrucijadas de los caminos, para los buenos y para los malos, convocando a una actitud de rectitud y vigilancia. Sin embargo, jamás podremos estar con el alma enteramente pronta en la expectativa de la gran fiesta que se dará sin que practiquemos la virtud teologal de la Esperanza, tan importante cuánto las de la caridad y de la fe.

Nacimos para la eternidad y debemos tener los ojos puestos en este último objetivo que es el Cielo. Pero, el hombre vive en el tiempo, Dios, entonces, para alimentar nuestra Esperanza en esta vida nos coloca frente a perspectivas más o menos próximas, que después remiten para la eternidad.

De hecho, hoy la Providencia quiere que vivamos en función de la esperanza del banquete para el cual Dios viene atrayendo insistentemente a la humanidad: el triunfo del Inmaculado Corazón de María anunciado en Fátima.

¿Cómo será posible transformar nuestra actual situación histórica, tan alejada de Dios, en el esplendor del Reino de María en que, según el grande San Luis María Grignon de Montfort, “las almas respirarán a María como el cuerpo respira el aire?” [20] Sin duda, por la oración y por la penitencia, tantas veces pedidas por Nuestra Señora, se ha de operar un verdadero cambio de los corazones.

No debemos imaginar que tal renovación pueda efectuarse en un acto instantáneo, pero sí progresivamente, de modo que, las almas inocentes, como aquellas que reciban, por una gracia especial, la restauración de la inocencia perdida, irán poco a poco constituyendo una nueva era.

Así como por ocasión de la fiesta del casamiento del Hijo de Dios con la humanidad, en relación al banquete del Reino de María no podemos alegar las ocupaciones que nos sujetan al mundo. Y mucho menos agredir a quien nos lo anuncia, en este caso, la propia Santísima Virgen, que en Fátima nos llamó a seguir sus caminos. Tenemos que aceptar este pedido que, más que una simple invitación, es una imposición, porque viene de Alguien infinitamente superior a cualquier rey de la antigüedad, el propio Dios.

Estemos siempre atentos a la Palabra de Dios que nos convida al banquete, y oigamos la voz de la conciencia en advertirnos interiormente, con el fin de no manchar el bello vestido nupcial de la vida de la gracia, para poder entrar en el festín eterno de visión beatífica, donde juntamente con María Santísima, el propio Dios será nuestra recompensa demasiadamente grande (cf. Gn 15,1).

[20] SAN LUÍS GRIGNION DE MONTFORT. “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, n° 217.

Texto original: Comentário ao Evangelho – 28º Domingo do Tempo Comum – Ano A – Mt 22, 1-14

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