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sábado, 16 de febrero de 2019

Comentario al Evangelio VI Domingo del Tiempo Ordinario (domingo 17 de febrero) por Mons. João S. Clá Dias, EP

Las bienaventuranzas enunciadas por Jesús cambiaron el curso de la historia y marcaron el inicio de una nueva era: el Cristianismo. La crueldad del mundo pagano fue así herida de muerte. Y la doctrina de la obediencia a la Ley se refinó hasta alcanzar un sublime grado: la práctica del amor y el deseo de santificación. En este artículo, el lector encontrará uno de los fundamentos del carisma de los Heraldos del Evangelio.
[...] V – El Sermón de la Montaña en los días de hoy
Fundada la Iglesia, con su progresiva expansión y penetración en las capilaridades de las sociedades de aquellos tiempos, Dios y su ley fueron colocados en el centro de la vida humana, numerosos fueron los que pasaron a practicar los consejos evangélicos y una nueva era brilló sobre la Tierra, la del Cristianismo.
Y hoy, ¿qué pasa con esa era? El terrorismo amenaza, los secuestros se extienden, el robo de niños prolifera, el comercio de órganos humanos crece, el crimen, los vicios y el irrespeto se imponen; asistimos cotidianamente a la expansión de odios, guerras intestinas e internacionales, matanzas de inocentes, a la desaparición gradual y progresiva del instituto de la familia ... En fin, cuanto más habría para enumerar! ¿No estamos viviendo ahora días peores que los de la Antigüedad?
¿Y por qué el Sermón de la Montaña no produce, hoy, los mismos efectos de otrora?


Las raíces de los males actuales son idénticas a las de los horrores de la época de Jesús, que brevemente así se podrían enunciar: "la finalidad última del hombre se cumple en esta Tierra, por eso él debe gozar de todos los placeres que la vida y este mundo le ofrecen, porque Dios no existe. Así pues, sigue siendo válido -y más que nunca-en su integridad, el Sermón de la Montaña.
¿Entonces, cuál es la razón de esta insensibilidad?
Le falta a la humanidad una gracia eficaz que la haga, como el hijo pródigo, echar de menos a la casa paterna y querer volver a las delicias de las consolaciones de quien ama verdaderamente a Dios, sus mandamientos, y al prójimo como a sí mismo.

Quizá, después de una divina intervención, comprendiendo mejor y amando el Sermón de la Montaña, la humanidad, convertida, abrace como nunca la perfección y se haga realidad, así, la profecía enunciada por Nuestra Señora en Fátima: “¡Por fin, mi Inmaculado ¡Corazón triunfará!"
(CLÁ DIAS, EP, Monseñor João Scognamiglio. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Editrice Vaticana)